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Cine, madres y psicópatas

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Este blog es un blog de crianza consciente y respetuosa, aquí intentamos ahondar en los motivos que nos llevan a actuar como lo hacemos, haciéndonos conscientes de lo modificable, aceptando el error como parte del camino y en el convencimiento de que la reflexión, aunque a veces duela, siempre nos hace mejorar. Es por esto, que cuando escuché hablar de la película Tenemos que hablar de Kevin (We Need to Talk About Kevin2011) de la directora británica Lynne Ramsay, vi que sería un tema adecuado para tratar en este entorno: los psicópatas, ellos también son hijos de alguien y en este film se trata la relación madre-hijo desde el principio, desde la concepción. La hipótesis que impregna el argumento es el eterno debate, (mientras la ciencia no sentencie), con la personalidad psicopática ¿se nace o se adquiere socialmente? ¿Hasta qué punto una relación tempestuosa con nuestra madre/padre nos puede transformar en seres fríos y crueles? La herencia del psicoanálisis nos muestra una madre castrante y castigadora como causa directa de la psicopatía, de ello encontramos símbolos míticos como el Norman Bates de Psicosis (1960), por mencionar un caso en el cine, que de algún modo haya explicado el germen de la locura.

La idea del film es muy buena, diferente, no se centra tanto en los actos truculentos del protagonista, (llega a ellos mediante «flash-foward» y sin mostrar demasiado) si no que nos presenta cómo se relacionan madre e hijo  desde el útero, desde la idea de la maternidad, el impacto que produce en una libre y triunfadora mujer la llegada de un bebé. Sin embargo el acercamiento al tema se pierde entre la poesía visual, a veces las escenas dramáticas no son creíbles y provocan mas risa que tensión. Para mi no es serio que un recién nacido a escasas horas del parto ya haya elegido a quién hacer la vida imposible, si tiene una conducta diferente lo lógico es que se muestre inquieto o que llore con cualquier persona. Parece más una historia fantástica de terror tipo La semilla del diablo (1968) o La profecía (1976) que una reflexión acertada de nuestros actos como padres sobre la vida de una persona. A nivel visual y artístico, la película es muy interesante, por el uso que hace de la música y del color rojo, siempre presente, sentenciando y advirtiendo. La crítica de Javier Ocaña  es certera y no podría estar mas de acuerdo.

Nos guste mas o nos guste menos la película, el hecho es que no te deja impasible, abre varios flancos de debate.

Acerca de la «naturaleza del mal» podríamos decir que si, se nace con un cerebro diferente. La capacidad de recrear internamente los estados emocionales de otras personas, empatía, activa dos zonas diferentes del cerebro, la neuroimagen nos ha permitido ver que contamos con un mecanismo que interpreta las actitudes y gestos ajenos y que nos puede llevar a saber qué están pensando los demás, esto es empatía cognitiva; y por otro lado un proceso diferente con el que podemos recrear lo que esta sintiendo la otra persona llegando incluso a participar de esa emoción o empatía emocional. Una activación defectuosa de estos sistemas puede dar lugar a personalidades psicóticas, el grado mas peligroso nos describe un perfil con un altísimo grado de empatía cognitiva, sin embargo el sistema que les permite sentir lo mismo que los demás esta apagado, alguien tremendamente inteligente que sabe lo que piensas, que sabe lo que mas te duele y que es frío e incapaz de ponerse en tu lugar, tremendo. En este capítulo de Redes podemos ver como anda el estado de la cuestión.

De manera que si alguien nace con estos parámetros del cerebro alterados ¿no hay nada que hacer?  Desde luego, una infancia plácida, feliz y normalizada podría ser clave, el adulto que obtendríamos sería cruel a su manera, o quizás inadaptado pero no tendría la necesidad de nadar hasta una isla y disparar a todas las personas que encontrara en derredor. ¿Pero qué ocurre si a esta particularidad genética sumamos una infructuosa infancia? El resultado sería diferente seguro, hay muchos factores que construyen una infancia infructuosa, en el caso de la película que nos ocupa encontramos a una madre que desde el principio se siente castrada por la llegada de su hijo y no encaja bien los cambios en su vida, los recortes a su libertad, actúa con el niño con una felicidad fingida a todas luces, con una sonrisa antinatural y con una paciencia enfermiza, se sabe la lección de buena madre pero no la siente en su interior, aunque también es comprensible no perdáis detalle en lo irritante del personaje que encarna a Kevin.

Otro tema que emerge es el de la culpabilidad, si de alguna manera cómo criamos a nuestro hijo puede crear un monstruo semejante, ¿somos responsables o culpables? el personaje de Tilda Swinton esta construido bajo esta premisa, la culpabilidad, como ella misma confiesa en esta entrevista, pero baste decir que en el film se trata este tema de manera dramática y exagerada, no solo ella sufre por el engendro que es su hijo, dispuesta a padecer lo indecible y lo innecesario, si no que la sociedad la castiga y la responsabiliza, la agreden por la calle y la persiguen en su hogar tras «el incidente» que protagoniza Kevin. Me gustaría pensar que los miembros de una sociedad no son tan necios y vengativos, pero sobran los ejemplos en la vida real y más si un hecho truculento es rodeado de morbo y espectáculo.