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Destete nocturno

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Pronto haremos tres semanas intentando cambiar de fase, intentando el destete nocturno Maia y yo. Veintisiete meses de feliz lactancia pero algo empezaba a rondarme ¿y si descansamos mejor por la noche? Bueno, al menos yo. Mi experiencia previa fue con un Marco algo más pequeño y un embarazo que ya pesaba y reclamaba su espacio. Fue muy sencillo eliminar las tomas «intra-noche», le ofrecía agua cuando despertaba, lloró la primera vez que le dije que «las tetitas dormían» y cambiamos de nivel. Me animé a tomar la decisión cuando leí este Post de Miriam Tirado.

Pero en esta ocasión no ha sido fácil, sigue siendo difícil. Quizás no confié en su capacidad para ganar independencia o quizás sea la maldita culpabilidad.

La secuencia de los acontecimientos es la siguiente: Después de unas semanas agotadoras de muchos, muchísimos despertares y de que una de las tomas fuera demasiado distendida, de una hora o mas sobre las cuatro de la madrugada, sentí que había llegado mi momento y pensé en tantearla. La primera noche fue infernal unas tres rabietas interminables en las que me sentí como una bruja, su llanto era una clamor de rabia y dolor, mantuve la calma y la acompañé en su llanto pero no me dejaba tocarla, no me dejaba consolarla se volvía de espaldas y lloraba y lloraba, «no papá, no agua, no dormir ¡a levantar!». Tremendo. La segunda noche no fue mejor, mucho llanto, aunque ya encontramos una solución, con su mano sobre mi pecho lograba dormirse. La tercera noche fue milagrosa no se despertó hasta las 7 de la mañana. He de aclarar que la toma de las 7 cuenta como diurna, ahí he cedido, es nuestro momentito de paz, de tregua, y nuestro último sueñecito después de tanto ir y venir durante la noche. Pero esa tercera noche tan solo fue un espejismo, imagino que fruto del puro agotamiento. Aunque hemos mejorado mucho, las noches se suceden, normalmente, con una mini-rabieta y la toma del amanecer, los días no son sencillos, nuestra relación es presa del recelo, yo tengo miedo de que me guarde rencor por no darle lo que necesita y ella se siente impotente, frustrada e inicia luchas de poder por cualquier nimiedad, necesita reafirmarse más que nunca, soy consciente y no lucho, la comprendo e intento darle espacio, si no quiere carrito pues andamos, aunque lleguemos tarde, aunque llueva, aunque se detenga el mundo.

Pero me siento perdida, dicotómica y absolutamente bipolar. Me llega a decir durante la noche «necesito tetita» y me rompe o rompo el alma, deseo no haber empezado nunca con esta situación, deseo eliminar de mi memoria los llantos que le he causado, deseo haber sido otra madre, diferente, más fuerte, más segura o esa mamífera sencilla que se deleita en los encuentros nocturnos con su cría y no desfallece.

Y entonces me descubro haciendo lo que quería hacer, convencida de que es el momento, de que la lactancia debe ser hermosa para los dos miembros del binomio y de que yo ya necesitaba un pequeño paréntesis de entrega, algunas horas de sueño ininterrumpido. Unos inmensos ojos azules me dijeron que yo sabía lo que estaba haciendo, calmaron mi alma y me dieron aliento. Puedo sonar exagerada pero realmente mi yo zigzagcea sin descanso. Por eso, es por esto que se nos está haciendo tan largo y difícil y vuelve la culpa, Maia y yo aún somos una y no hay pensamiento que me atraviese que ella no presienta, por eso lucha y no me deja ir, tampoco se siente segura, conecta con mi angustia y yo me siento atrapada, con esa desagradable sensación de hacerlo todo mal.

No quería escribir este Post así, de hecho podría ser de cualquier color, de cualquier color que anduviera cruzándome en el preciso instante en el que tamborileara sobre el teclado.

Imagino que solo me queda aceptar mis incongruencias y la inseguridad que me nubla para que se torne en alguna otra cosa.

Nota: Marco duerme con nosotras y no se ha despertado ni una sola vez durante nuestros mini-dramas.

Celos II: las etiquetas.

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Necesitamos categorizar el mundo, las palabras nominan lo que percibimos de nuestra realidad, pero son insuficientes, son parciales y son traicioneras, muy traicioneras. Estoy  hablando de las PALABRAS-ETIQUETA y del modo en el que nos pueden hacer sus prisioneras.

¿Cuándo usamos las etiquetas? Cuando definimos y cuando comparamos, y en este contexto las traigo, las etiquetas entre hermanos, las etiquetas que pueden acentuar los celos y encorsetar personalidades.

Es de lo más habitual decir este tipo de cosas: «es tan nervioso por las noches, no duerme bien, en cambio su hermana lo hacía del tirón desde los cuatro meses», «el mayor come de todo, ¿pero el pequeño? es caprichoso y sólo bebe leche», «ella es tan sociable, sin embargo él, pobre mío, es tímido, no saluda, se esconde detrás de mí», ahora mi favorita «el niño es listísimo, pero muy vago, ¿su hermana? muy trabajadora, le cuesta, pero como trabaja tanto…», o esta «las niñas son más habilidosas, qué buena psicomotricidad fina tiene la mía, pero los niños… torpes con las manos y tan brutos…»

Podríamos seguir enumerando, quizás recordéis con dolor las vuestras. Yo era «¡tan responsable y estudiosa, una niña de diez!». Y si para mí era una carga mi propia etiqueta, imaginaos para mi hermana, suerte que nos llevamos bastantes años. No sé por qué, pero una vez que nos definen nos esforzamos muchísimo por cumplir esa expectativa, ya sea en virtud o en defecto: «si soy un niño malo y se espera de mí que no comparta o que pegue a mis amigos, no decepcionaré a nadie, no hay sorpresas, esto es mío o ZAS!

No puedo soportar el extendido uso de este niño «es un bicho», o «eres un niño malo», desde que somos bebés nos estamos juzgando unos a otros. Pero si hay un «niño malo» también ha de haber un «niño bueno» y esto no es necesariamente mejor. Para un niño recordar continuamente lo bueno (obediente, sumiso y a-problemático) que es, también le encadena, merma su capacidad de reacción para defenderse. Esto también me pasaba a mí y debo admitir que había una especie de placer al comprobarte absolutamente bondadosa, a pesar del tirón de pelo recibido, porque después siempre encontraba el abrazo reconfortante, «pobrecita tan buena y tan dulce, ven cariño que yo te arropo», de algún modo merecía la pena.

¿Qué sucede con los hermanos? Que la etiquetas vienen a pares y antagónicas, obediente-desobediente, aplicado-vago, sedentario-deportista, tímido-extrovertido, listo-tonto, frío-sensible, cariñoso-desapegado, bueno-malo… víctima-verdugo, y ésto si que no.

No se a vosotros, pero a mi se me cuelan algunas etiquetas por los rincones y ya me he plantado. Liberemos a los niños. Vamos a reparar en un ejemplo cotidiano, un niño que empuja a otro:

«Eres un pegón, eres malo, eso no se hace» Y «pobrecita mi pequeña, ¿te duele?» Estamos reforzando las etiquetas de agresor y agredido, de víctima y verdugo y hemos de considerar que lo que practicamos en casa es lo que vuela fuera, formando parte de la personalidad que se va gestando. No queremos ni víctimas ni verdugos.

La situación es injusta para la víctima, pero confiamos en que se podría resolver de otro modo, esto es: «Dile que no quieres que te  pegue, que te hace daño» y «estoy segura de que la próxima vez podrás resolverlo de otro modo, yo se que eres amable, ¿pensamos una solución juntos? ¿qué se te ocurre?». No hay víctimas, no hay verdugos, o al menos en teoría.

Otra etiqueta que por su simplicidad puede pasar inadvertida es la de mayor-pequeño, el concepto de primogénito, el del medio o el de benjamín, en sí mismo encierra unas características de personalidad concretas, ¿por qué el mayor ha de ser el más responsable? ¿20 meses de adelanto se pueden traducir en un modo de actuar para siempre? ¿o por qué el más pequeño ha de ser más mimado o dependiente? ¿y el del medio, libre o ignorado, siempre pugnando por su lugar? Los padres podemos condicionar más de lo que pensamos.

Ahora el juego consiste en ser creativos para liberar a los niños de sus etiquetas, eliminar los NUNCAS y SIEMPRES de nuestro vocabulario, ofrecerles alternativas, ya sabéis, también paciencia y bla-bla-blá.

¿Pero y los adultos? todo esto está muy bien para los niños, ellos tienen una mente plástica, en movimiento, en plena ebullición… Pero ¿y nosotros? ¿y nuestra pareja? ¿y nuestros amigos y familiares? Liberémonos todos de las etiquetas, atrevámonos a ser y confiemos en los demás. Ejemplo: «siempre estás cansada a estas horas, no se puede contar contigo después de la cena, eres aburrida, tienes poca batería» a «veo que hoy estás cansada, ¿puedo ayudarte de algún modo?, seguro que mañana nos animamos a ver una película después de dormir a los niños». Creo que esta actitud es más creativa, ¿os animáis?

POR UNA ABOLICIÓN DE LAS ETIQUETAS

Para saber más: Las terribles consecuencias del «efecto pigmalión«.

¿Y tú? Do you speak english?

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Marco mano englishHoy os traigo una pequeña historia que habla de expectativas, y es que os voy a hablar de nuestra particular relación con el inglés en casa.

Hasta no hace mucho, el gran objetivo de toda una generación de padres era que sus hijos estudiasen una carrera, que sus hijos fuesen a la universidad, sin embargo, los padres contemporáneos esto ya lo damos por hecho y lo que esperamos son universitarios bilingües, mínimo. (Lease este texto con cierto tono de ironía, pero solo con «cierto tono»).

Nuestro plan de ataque fue el siguiente, Marco solo veía la televisión en inglés, cuando la veía, hasta casi los tres años. Alrededor de sus ocho meses, una jovencita de confianza, con perfecto inglés americano, venía a jugar con el pequeño un par de tardes a la semana y aunque aún no hablaba respondía perfectamente a los estímulos en otro idioma. El tiempo pasó y nuestro tesoro de confianza voló libre, se hizo azafata de vuelo y nos dejó sin nuestra primera inmersión inglesa. Era difícil encontrar otra nativa/o en la que confiáramos y nos aventuramos en una Escuela de inglés que comenzaba con un proyecto en el que los bebés asistían a las clases en compañía de sus padres (dos años tenía mi rubio y como ya sábeis no estaba escolarizado). Ésto funcionó muy bien, el niño nos sorprendía con vocabulario nuevo a cada momento, pero el grupo no era costeable para la Escuela porque sólo contaba con dos alumnos, y una baja supuso la extinción del grupo. Había otro grupo de la misma edad, pero sin padres, sospecho que para ellos era más provechoso hacer la compra mientras tanto, la cuestión es que lo probamos y a la tercera clase fue inviable, sólo acercarnos al perímetro de la academia suponía un llanto desconsolado.

El tiempo fue pasando y su contacto con el inglés era algún cuento, algunos dibujos y compartir alguna siesta en el sofá al sonido de un cine en versión original.

Este verano fuimos de viaje al país de Gales y los niños experimentaron la inmersión linguísica. Maia aún no habla, razón por la que utiliza otros medios para comunicarse, pero Marco deseaba hablar y jugar con otros niños y adultos y se topó con la temida barrera lingüística, a veces se enfadaba de pura frustración y otras lograba una suerte de mímica suficiente para reír en compañía durante un ratito.

La conciencia sobre los idiomas fue profunda por parte del niño, me pedía hablar en inglés, ver la televisión en inglés y tenía muchas preguntas acerca del fenómeno lingüístico, de manera que decidí, unilateralmente, apuntarle a clases de inglés en una fantástica escuela de método revolucionario, con profesores nativos, donde se descalzan, saltan, se mueven y no tienen ni sillas. Pero… no deja de ser una actividad extraescolar en un contexto de adaptación al colegio. Si, más leña al fuego. Lo sé, «he pecado» y encima me enfadé y frustré cuando no funcionó.

Marco fue a la primera clase, con cierta expectación y ya no fue a más, me dijo: «Mami al cole si voy, pero al cole de inglés no quiero, me duele el corazón, te echo de menos y quiero estar contigo en el parque». Lo sé, es un amor y encierra más sabiduría que yo en un millón de años. En mi obcecación, lo intenté un segundo día, era un lugar tan estupendo…, así que lo volvimos a negociar, seguía en sus trece y no lo quise forzar. Volvimos a casa sin hablar y con velocidad frenética, lo dejé con su padre y me fuí a tomar un café muy azucarado. No dejaba de escuchar en mi cabeza: «se cerrará la ventanita, todo el esfuerzo será en vano, no será bilingüe, ni tendrá buen acento inglés, será un español de la media, osea, «como yo», esto era el apocalipsis, se me revelaba la verdad en mis narices y seguía sin verla.

Suerte que la tarta de zanahoria funcionó, bueno, eso y algunos whatsapps bastante sabios: «¿qué quieres, un niño que sepa inglés o un niño libre?» CATACRACK algo se rompió dentro de mí.

El problema, como siempre que hay una expectativa, es que la necesidad de saber inglés es propia, y también el complejo ¿por qué no decirlo? Quizás debería matricularme yo en Inglés Divertido, esto es así. Los españoles tenemos demasiado complejo con el inglés, pienso que ya es hora de abrazar nuestro propio acento, nuestras particularidades con la lengua británica y potenciar su valor comunicativo por encima de cualquier otra cuestión. A veces el sentido del humor castellano, ése humor negro, ésa sorna cuando algún famoso habla en inglés nos hace un flaco favor, después nos sentimos ridículos, y para los andaluces que además no pronunciamos las eses se hace aún más impostado.

He de andar mi propio camino, mis pasos no son capitales para mis hijos, ellos han de manejar sus propios hitos. Así nacen mis nuevos objetivos: sacudir las telarañas a mi inglés, aceptar y acompañar a Marco y Maia en sus necesidades, proponer para después adaptar a sus respuestas y bueno, lo más importante, amarlos más allá de mis expectativas, sin condiciones, verdaderamente sin condiciones.

El próximo «plan de ataque» es practicar «nuestro inglés» en casa, cuentos y canciones, así, castizos, cantadas y contados por no-nativos.

¿Y vosotros? ¿Tenéis un plan de ataque o de no-ataque con el inglés?

De notas, fiestas y funciones navideñas

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abeto literarioHoy estoy muy contenta y quería contaros por qué, ha llegado el final del trimestre y con él la fiestecita navideña, las notas y los demás enseres del momento.

Tenía mis reservas pero ya se han disipado y ni en mis mejores pronósticos imaginé una resolución tan coherente de los acontecimientos.

A saber, un colegio laico con su fiesta navideña, verdaderamente una contradicción en sus términos, pero la esencia de la decoración eran copos blancos y el protagonista un simpático muñeco de nieve. El corpus del evento era la interpretación de un villancico por aula, pero no eran villancicos cualquiera, eran de nueva creación, sobre la música de los clásicos adaptamos una nueva letra que versaba sobre los protagonistas del colegio, los niños. Nada de pastores, ni «Jesuses», ni estrellas. ¿Y qué hay de los intérpretes? Padres, madres, maestros y niños, juntos, nadie se exhibe, nadie se expone, todos compartimos un momento divertido ¿y por qué no decirlo?, también emotivo. Se me empañaron los ojos al sentir que era parte de algo en lo que mi hijo participaba, después de tantos malos momentos por la adaptación al cole nos estábamos divirtiendo y pertenecíamos jubilosos al grupo.

Las fiestas escolares que incorporan actuación infantil siempre me han provocado hurticaria, hunden sus raíces en espectáculos de gusto americano y, aun a riesgo de parecer exagerada, lo diré, me parecen una rutinaria mercantilización de los niños. El contacto de las familias y la escuela se reduce a esos días en los que la expectativa es grande y los niños muy pequeños, incluso en algunas guarderías se viene realizando «el bailecito». Se fuerza a los niños a que demuestren «algo», ¿psicomotricidad?, parecemos necesitar un «producto» que justifique sus largas horas de escolarización, que nos divierta y que, por supuesto, nos haga sentir muy, muy orgullosos. Además, nadie pregunta a los protagonistas si les apetece intervenir, habrá muchos niños que no solo estén dispuestos sino que lo desearán con vehemenia, en función de sus intereses o de la necesidad de subrayarse que tengan. Pero a otros infantes no les parecerá tan buena idea, incluso puede que les horrorice. ¿Colocarte delante de tanta gente y comprobar cómo sonrisas bobas y miradas atentas siguen el movimiento de tu pompis? Verdaderamente espeluznante.

Esta reflexión puede resultar paradójica viniendo de una persona que se sienta cada semana delante de desconocidos para mostrar su «cancioncita», pero yo he elegido, e incluso me pagan por hacerlo.

Otro de los temas candentes cuando acaba el trimestre son las notas y calificaciones, y una vez más me siento satisfecha con el camino elegido por el colegio. Nos entregaron una carpeta con los dibujos de Marco con una importante advertencia: lo que un niño aprende y experimenta no cabe en una carpeta, tan sólo es una pequeña muestra de lo que se puede plasmar y guardar. Y es tan cierto que solo me queda compartirlo con vosotros. A veces las cosas son tan obvias que ni reparamos en ellas. Por otro lado, su maestra tuvo la enorme gentileza de escribir un detallado y extenso informe sobre cada uno de los niños, sobre su modo de relacionarse, sus capacidades, su desarrollo, sus peculiaridades, sus fobias y sus filias. Pero lo que más valoro es que lo hizo desde la virtud y no desde la carencia, poniendo énfasis en el respeto por el ritmo y la peculiaridad de cada niño. Apenas acaban de dejar el pañal, nos gustaría que fueran niños autónomos pero verdaderamente aún están en transición, conservan costumbres de bebés, algunos aún no tienen claro si son diestros o zurdos. Que los hayamos escolarizado no implica que hayan comenzado su «carrera hacia el cielo», que estén listos para competir, producir, ser eficaces, o que haya un modo de medir y jerarquizar su valía, una valía  solo reseñable en áreas productivas como aritmética y lecto-escritura, signifique lo que signifique eso con tres años. Estoy muy agradecida porque parece que hemos encontrado un pequeño oasis en el que no sólo se mira, sino que se ve a cada alumno, a cada persona, como alguien único, en crecimiento y expansión de manera diferente a los demás.

Ya traté este tema hace un año en Qué esperamos de nuestros hijos y sin duda volveré sobre él porque es algo que me preocupa y que se me cuela por las rendijas.

Qué esperamos de nuestros hijos

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Fotografía de @antoniom_ortegaCuando decidí quedarme embarazada la primera vez también decidí que velaría por no esperar nada concreto de mi hijo. Si, potenciaría su libertad, le proporcionaría el espacio suficiente para que él encontrara su camino, sin presión. No tendría que ser ni el bueno, ni el listo, ni el valiente, ni tan siquiera el artista o el ingeniero, simplemente tendría que ser. Yo podía ver que esto no sería tan fácil la expectativa mora en nuestras ideas y amar sin condiciones es hartamente difícil, pero era optimista con mis facultades de autoconsciencia.

Entonces empieza la aventura y no solo existen nuestras expectativas también nos acompañan las de nuestro entorno. Digamos por ejemplo, «¿duerme toda la noche?» «¿ah si, llora por las tardes?» «¿solo se duerme en brazos?» Ufff y una gota fría se despeña donde acaba tu barbilla. Lees tus «librillos» de crianza, compruebas que todo es normal y te vuelves a relajar.

Entonces llega el turno de las tablas de habilidades: a los x meses el bebé se gira sobre si mismo, a los x puede permanecer sentado sin balancearse hacia los lados, a los x se suele embelesar mirando sus propias manos y esto supone un desarrollo de su inteligencia, atención, psicomotricidad… ay esta… Esta habilidad nos costó, ¿qué le pasaba a mi bebé? ¡no se miraba las manos, horror! Pasamos página, después viene el gateo y sus diversas fases, caminar, correr, saltar, el lenguaje. Stop. El lenguaje.

Marco comenzó muy pronto a decir mamá, papá, agua y yogur, pero de pronto frenó en seco y su discurso se diluyó en gorjeos ininteligibles, y así continuó mucho tiempo. De nuevo la gota fría. Y claro, si buscas encuentras, hay una gran diversidad de problemas lingüísticos. Se suma la presión externa, la sorna de unos que lo comparan con sus retoños y la preocupación de otros, entre los que me cuento. ¿Tenía que aceptar, como mínimo, que mi hijo no era tan inteligente como yo deseaba? Y ya nos hemos estrellado con la EXPECTATIVA a la que yo le había jurado odio eterno. Aún era pronto para un diagnóstico, así que me marqué un margen amplio de tiempo, el suficiente para no parecer una histérica, la madre primeriza angustiada, y bueno, como magia empezó a usar primero las palabras que le eran imprescindibles, después seleccionó otras que eran mucho más fáciles de pronunciar en inglés que en español, (ball vs. pelota, cookie vs. galleta, la verdad, no hay color), y así, poco a poco comenzó a hilar frases y a contar historias muy primitivas pero que dan buena muestra de su imaginario. Selecciona metáforas para nombrar algunos hechos, si el huevo Humpty-Dumpty cae al suelo, a partir de ese momento caer o tropezar es hacer un Humpty-Dumpty, aunque después nosotros renombremos el incidente Marco sigue usando sus metáforas, ¿es normal? ¿es síntoma de «menos inteligencia»? No lo se, lo que sé es que es SU inteligencia y a mi me vale.

En mis investigaciones me topé con el TEL o Trastorno Específico del Lenguaje, es interesante conocerlo, o no, eso va en función de lo alarmistas o hipocondríacos que seamos. En cualquier caso, un niño que presente este u otro trastorno lo que necesita es comprensión y amor, como todos ante los obstáculos que encontramos y no frustración o decepción por parte de su círculo íntimo, sin mencionar claro está, la burla o la satisfacción externa ante las dificultades ajenas.

¿Por qué necesitamos o esperamos que nuestros hijos sean mejores que nosotros? ¿Hemos dejado algo medias que deben terminar ellos? La presión se cuela por nuestra debilidad y por la necesidad que tenemos algunos de que los niños sean nuestra carta de presentación. Debemos aceptar en primer lugar nuestras grandezas y nuestras torpezas para después liberarlos de la mochila que nos pertenece. Descubriremos curiosos sus peculiaridades y aceptaremos también sus grandezas y torpezas.

Como siempre, Marco es mi maestro y me enseña día a día el valor de la paciencia, me enseña a toparme con mis propios límites, a no planear nada, a replantearme mis paradigmas morales y a amar sin límites per se, con independencia de quién sea o de como sea.