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4 años de Marco

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Desde hace cuatro años palabras como rutina, inercia o apatía desaparecieron de mis posibilidades vitales, la intensidad nos colma, una nueva vida llegó a nosotros y no dejamos de danzar desde entonces, creo que nunca he estado tan viva, tan emocional, el amor se ha tintado de colores desconocidos para mí y en este ir y venir, de manera sorprendente, alcanzo también unas cotas de paz y sosiego, de calma, de madurez que me turban.

Me había propuesto no hablar de mí en esta entrada, pero me resulta imposible, aún somos indisolubles, yo navego con mi nueva cría, me busco y encuentro, a mí a Silvia, a solas, pero ya siempre seré Lamamácorchea por encima de todas las cosas, una nueva identidad, mutable a cada paso e inquebrantable en cada respiración. Marco vino a darle la vuelta a mi piel, a mi pellejo, dejóme en carne viva, para encallecerme poco a poco. Soy la misma pero tan diferente.

«Este cuarto regalo, este nuevo año a tu lado nos ha traído grandes y nuevas experiencias, el destete fue una de ellas, nuestro modo de relacionarnos se fue transformando poco a poco hasta mutar por completo, pero no hay dolor en el balance, no siento pérdida, ni tan siquiera melancolía porque cada día me regalas tus palabras, tus caricias y tus miradas y soy muy afortunada porque ésa una de tus características, eres cariñoso hasta «el filillo del cielo», hasta decir basta,  y no me canso de recibir todo el azúcar que me dedicas.

Otro gran hito con el que has lidiado este año ha sido la escolarización, duro, muy duro por momentos pero a pesar de ello has sabido desplegar tu capacidad de supervivencia y te has afianzado como un niño muy sociable, seleccionas pero no excluyes. Te acercas a niños y niñas, grandes y chicos, ofreces tu compañía, compartes tu curiosidad por dónde vas. Aún te cuesta digerir la contrariedad y la frustración. La sociedad también te ofrece ésto, el conflicto, el juicio externo, la burla, pero no te apures, creceremos juntos.

Este año también nos ha traído la explosión de tu imaginación, el gusto por los cuentos y las historias. Tu juego favorito es puro teatro, repartes roles y vivimos mil y una aventuras, o tal vez la misma mil y una veces. Ya no te aferras a los objetos, lo haces a las ideas y tu curiosidad lo inunda todo, desgranas con tus «por qués» aquello que te preocupa y consigues la llave que te procura el sueño. Ni el señor don gato, sentadito en el tejado, puede escapar a tus preguntas, y es que ¿siete vidas tiene un gato? ¿cómo ha de ser un tejado para resbalar? ¿de qué material está hecho? ¿por qué el gato espera en el tejado y no en cualquier otro sitio? Dar las cosas por sentadas, ése no es tu estilo. Al hilo de tus preguntas, al hilo de la muerte, viene tu fascinación por lo temible, y es que la curiosidad mató al gato o como poco algún que otro susto se llevó.

Adoro tus construcciones, o acumulación de muebles en lugares insólitos, adoro tu pinza «aún en pañales», no adoro tu desinterés por el dibujo, pero lo haré, lo prometo. Ésto seguro que ya te lo he dicho, pero adoro tus rizos, también tu risa, tus pies, tus ojos, tus profundos y sensibles ojos. Reconozco que aún me bloqueo cuando te contrarías y estallas, pero ése es mi trabajo, reconocer que es un estado transitorio y que yo no soy el epicentro del tornado.

Ay Marco… qué fácil es cuando estás feliz, qué hermosa es tu alegría y cuánta es tu empatía para reconocer las emociones ajenas.

Gracias amor, gracias por aquella primera mirada que cuatro años hace ahora y por todas las que vinieron después. Gracias.» 

La vuelta al cole. El niño «retador»

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Ya soy toda una madre veterana en los ardides de la escolarización, pero los días van pasando y el «Post-guía» que quería dedicar a todos los que pasáis por ahí por primera vez, la verdad, se me está atragantando.

Bebés y niños lloran cuando les dejas allí, ya se que no todos, pero ése sería un claro síntoma de inadaptación al medio escolar, evidente y duro pero sencillo a nivel emocional, sientes pena, derramas compasión, empatía y mimos, pero… ¿y si ese no es el síntoma? ¿y si te dicen que ya les gusta el cole, van contentos y animados pero te traes a casa al «demonio de Tasmania»? Esto ya complica la respuesta paterna. Te pones por montera la paciencia, pero no es un salto de altura, es una carrera de fondo y como tal, conforme van pasando las horas, el cansancio y la dificultad se van acumulando.

Creo que a veces no se habla claro de niños de ciertas edades. Abundan los blogs de bebés, con sus cólicos, sus lactancias, sus sociabilidades, y demás características pero cuando estos niños crecen y sus mamás superan los puerperios se difuminan sus andanzas en las redes y perdemos esos referentes, esos espejos, esa conexión de tribu que tanto hace falta, sobre todo desde el respeto a la infancia.

Las rabietas no son causadas por el escaso manejo del lenguaje verbal, todo lo contrario, empiezan a ser elaboradas y derivan en lo que yo denomino «el niño/a retador». Describiré un ejemplo: «se que no es apropiado escupir, ya me lo has manifestado en varias ocasiones, aún así podríamos decir que estoy experimentando con mis fluidos, pero deliberadamente no permito que ignores que estoy mezclando mi saliva con el agua del vaso; y después de esto, otra cosa y después otra«. Traducción: «a nivel físico estoy agotado, realmente cansado en una nueva etapa de niño mayor dónde no se contempla la siesta. ¿Y a nivel emocional? estoy extra-excitado, a ratos mi pereza social me abruma, son muchos los estímulos. Conflictos y alegrías entre iguales, relación piramidal con mis maestros, bregar con límites y normas en un entorno menos previsible que el de casa, recolocar mis expectativas, mis capacidades, mis destrezas, mis intereses… ¿Acaso se reconocer toda esta vorágine en mi interior? Necesito saber que hay algo que yo pueda controlar en mi vida, ¿qué pasa si hoy no me lavo los dientes? ¿por qué no puedo decidir yo cuando se apaga la televisión? Siento rabia, estoy de mal humor y no puedo controlarlo, no se poner palabras a mi malestar por más que me lo preguntes, ¿y qué me encuentro? Caras de decepción, de frustración, solo quiero un abrazo y !»pelillos a la mar»! Dejad de inventar teorías, de buscar explicaciones o culpables, contenedme y abrazadme una vez más, y otra y otra«.

Así que no sé, Septiembre es un mes difícil, me reitero, pero no pierdo la esperanza, los comienzos son complejos y la sensibilidad es nuestro fuerte. Muta nuestra reacción, mutan nuestras dificultades, mutan nuestras respuestas y hasta muta nuestro amor, pero espero que para hacerse más maduro y contundente. De modo que si hoy, después de este día tan estrafalario, me miráis a los ojos esperando alguna frase que alivie peso en vuestra alma, lo único que se me ocurre es daros un abrazo fuerte que me consuele a mi también.

Este texto de Elena Mayorga es imperdible Conflictos en la crianza con apego: crisis de crecimiento.

Septiembre

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Ya es septiembre y un escalofrío recorre mi espalda. Confío en que este año será diferente, mejor, pero recuerdo el año pasado y con dolor transito a través de mi mente cada momento vivido, su dolor, sus pesadillas, pesadillas incluso en la siesta, Jake y los piratas de Nunca Jamás para desconectar, su angustia y sus intermitentes y constantes preguntas, su nana favorita en ese momento, sus tomas de cobijo, su teta de niño grande, su retorno a la cama grande, su pérdida de apetito.

Los primeros días permanecía en estado de alerta, yo no sabía si era mejor hablar del tema o no recordárselo en absoluto. Pienso que la incertidumbre era su peor aliada, él necesitaba saber qué iba a pasar, necesitaba rutina para calmarse pero la concepción del tiempo y su medida eran ,y apenas son, muy abstractas para su entendimiento. Para los que llegáis por primera vez al blog, Marco estaba por cumplir tres años y era la primera vez que se escolarizaba separándose de nosotros.

Para ayudarle en este sentido hicimos un calendario como éste:

calendario semanal

Cada día de la semana tiene un color -el mismo sistema que usan en su colegio- los fines de semana son rosas y cada día se divide en tres secciones, mañana-tarde-noche, así podía ver qué cantidad de tiempo estaba en el colegio y qué cantidad de tiempo estaba en casa. Cada día al regresar le preguntaba que qué tal lo había pasado, si me respondía que bien pintábamos una carita sonriente. Siempre me contestaba que había estado contento, de manera que reafirmábamos ese hecho, lo categorizábamos, así fue perdiendo el miedo. En el espacio de la tarde dibujábamos algo que aludiese a cómo habíamos gastado el tiempo y las noches tenían lunas. Funcionó, Marco comprendía qué iba a suceder y aunque no fuese lo que más deseaba la angustia se redujo considerablemente. Lo usamos unas tres semanas y conservamos uno, de vez en cuando me pedía verlo, se situaba en la semana, hacía memoria y sabía que a pesar de su incertidumbre lo cierto era que disfrutaba en el colegio. De hecho, una de sus estrategias cuando ya mediaba el curso, después de Navidad, fue hacer una «huelga de disfrute», deliberadamente se sentaba sólo en el patio y luchaba por no divertirse, así podría contarme después que no lo había pasado bien, «mami hoy no lo he pasado bien, no he jugado, será mejor que mañana no vaya más».

Los niños necesitan sinceridad, saber qué va a pasar en cada momento, que les expliquemos que nosotros también les echamos de menos, que siempre, siempre les recogeremos, nunca es demasiado, han de escuchar, han de saber. Si algún día olvidaba decirle que le recogería después del cole él mismo me lo recordaba. También hemos de animarles a que expresen sus emociones aunque no estemos nosotros, recordarles que les queremos todo el tiempo, cuando están con nosotros y cuando no lo están, cuando están enfadados y cuando están contentos.

Septiembre ha llegado de nuevo, espero que os sirvan algunos de estos consejos, y bueno suelo pensar que lo que nos hace sufrir no debe caer en saco roto, cuando algo es nuevo o difícil, ése es el momento de aprender de nosotros mismos y por supuesto de los niños, esos grandes maestros.

Os dejo un Post muy interesante de la Pedagogía Blanca: Consejos para preparar el nuevo curso

¿Y vosotros, cómo estáis viviendo los prolegómenos del curso?

Celos: las comparaciones son odiosas

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Niños en la terraza

Los celos entre hermanos es un tema que me preocupaba incluso antes de tener niños. En la literatura, en el cine o en casa de otros, los celos pueden resultar enigmáticos y apasionados, pero en el entorno inmediato los celos dificultan la convivencia en varios niveles. La tensión se puede generar con un incidente o ante la «posibilidad» del mismo y así comienza el juego de interpretación de intenciones, todos nos ponemos a la defensiva y se puede crear un clima espeso, emponzoñado y desagradable.

Puede que sentir celos sea natural o que incluso forme parte del plan que la evolución nos tiene reservado, pero para mí subyace un sentimiento de dolor, de que no eres tan valioso como otro, de que percibes atenuada tu ración de amor, y eso es algo que no quiero para mis hijos. Nadie puede evitar los sufrimientos que la vida nos tiene reservada, pero si afrontarlos de manera mas sencilla fuera posible, cualquier herramienta es bienvenida.

A vueltas con el tema he encontrado un libro, Hermanos, no rivales de Adele Faber y Elaine Mazlish y es bastante estimulante, tanto, que he decidido dedicar una serie de Posts desarrollando las ideas más interesantes.

Hermanos, no rivales

Las comparaciones. De todos es sabido que las comparaciones son odiosas, mucho, sin embargo es muy habitual que se nos escapen comentarios, unas veces por despiste y otras por impaciencia cuando queremos conseguir algo: «Marta ya se lo ha comido todo», «Pues Alejandro ya sabe vestirse solo, no pones interés». Con estas actitudes generamos sentimientos negativos entre los niños, de competitividad y rencor.

El texto propone la DESCRIPCIÓN del problema del modo más objetivo posible, se confirma un hecho sin juicios. Somos quienes somos y no en función de nadie más, de manera que cometemos nuestros propios errores y en momentos de vulnerabilidad no necesitamos pensar en nadie más, este hábito se puede generar cuando somos muy pequeños y acompañarnos por demasiado tiempo.

En cuanto a los halagos, las autoras proponen que se realicen en privado con cada niño, no es necesario privarles de las muestras de orgullo y cariño que suscitan en nosotros pero se pueden comentar los logros por separado. Ésto me parece muy buena idea, les podemos dedicar a los niños toda nuestra atención sin que vaya en detrimento de nadie más. No usaría los éxitos de un hijo para «motivar» a otro, de este modo promoveríamos la competitividad en detrimento de la cooperación, valor más preciado, que derivaría en más respeto hacia los demás y en una mayor confianza en uno mismo.

¿Y qué ocurre cuando comparamos de manera positiva? Que «ninguneamos» al otro, normalmente al pequeño, para que el mayor se sienta mejor, quizás el bebé no perciba en ese momento que se le está menospreciando, pero el hermanito mayor si aprenderá a sentirse mejor a costa de otros y ése no es el mejor camino para estar contentos con nosotros mismos.

De Hermanos, no rivales.

Puede que todo sea una obviedad pero yo me he descubierto en alguna ocasión vanagloriando a mi hijo mayor porque ya no usa pañal, o lo que es peor, porque «ya no toma tetita», como si tomar tetita fuera algo malo, después de una lactancia prolongada tan satisfactoria. En fin, propongo revisar algunos de nuestros hábitos o al menos repensarlos.

 

¿Es descortés la extroversión?

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Parqueando

Con diferente estilo pero igual resultado se podría decir que Marco y Maia son muy extrovertidos.

La pequeña Maia llega al parque, decide quién le conviene y se acopla, sin palabras, no las necesita, con miradas, gestos y conexiones sutiles. ¿Que los compañeros de juego son mayores? ¡estupendo! ¿Que hay un bebé pequeñito? ¡aún mejor! ¿Chicas adolescentes? ¿Madres con sus hijos? ¡Todo vale! ¿Ancianos con perritos? ¡Qué más se puede pedir! Una auténtica delicia. He presenciado momentos realmente tiernos y emotivos con ella, en una ocasión estableció un vínculo especial con otra niña, los ademanes de saludo y cariño se sucedieron como en una danza muda, se miraron a lo lejos, se encontraron y se volvieron a separar, y en la despedida había tristeza, pareciera que se conociesen desde siempre. La otra madre me miró y conmovidas nos dimos un abrazo sordo, un abrazo de humanidad en la distancia.

Los lances de Marco son de otro color, el lenguaje aparece como eje fundamental, a todos saluda, con todos habla, con el caballero que lee su periódico en un banco, con la señora que limpia la escalera, con cada uno de los policías que se cruzan por nuestro camino, con los vecinos, con los padres de los niños que hay en el parque, con los niños del parque, con todos los camareros y tenderos del barrio, con todos. Rompe el hielo contando aquello que ocupe su pensamiento en ese preciso instante, da por entendido el contexto y espera una absoluta comprensión del otro lado. Siempre atento al estado emocional del prójimo, cariñoso y atento. Otra delicia. Me cuesta tanto dejar de sonreír cuando le escucho hablar de caracoles, súper-héroes o el mar con el jardinero que poda los setos… Es mi debilidad.

Sin embargo, le cuesta comprender la ironía, aceptar las bromas o entender las convenciones sociales del mundo adulto. Marco es el típico niño sincero y honesto, ése que podría parecer descortés o muy divertido, dependiendo de las gafas con las que miremos. Si no quiere dar un beso, lo demuestra enfáticamente; si huele mal, lo comunica; siempre que duda o no comprende, pregunta; cuando se sorprende, describe lo que sucede.

Ejemplos prácticos:

Al vecino de la abuela: ¡Qué barrigota, te estás poniendo muy grande!

¿Qué te llamas cómo? ¡Qué nombre tan feo! 

¡Mira, un hombre bebé! (Esto es, hombre calvo que se cruza por nuestro lado)

¿Y por qué tienes el pelo blanco? ¿Y por qué estás arrugado?

A todas la personas que llegan a casa con una bolsa: ¿Qué llevas ahí, qué me has traído?

Al tío de mamá que ha comido ali-oli y pretende darle un beso de despedida: ¡Qué peste hueles!

Éstos son sólo algunos ejemplos en solitario, después tengo los ejemplos a dúo, como cuando llega un bebé, -muy bebé, recién nacido- al parque con su primeriza madre y mis dos tesoros se abalanzan sobre el carro del desconocido, con sus manos llenas de polvo y sus mas tiernas intenciones; o en la playa, esta es mi favorita, papá lleva para merendar la «frutita»partida, variada y deliciosa y ellos con su radar detectan cualquier bolsa de gusanitos o paquete de galletas ajeno y muy ufanos se aproximan, Maia tiende su mano y parpadea encantadora, Marco sentencia con la frasecita, «¿me das?».

Y sientes vergüenza, primero por la situación y después por haber sentido vergüenza, por dejar en la estacada a tus vástagos. Algunas veces «el blanco» de la honesta extroversión es muy simpático y te sientes aún peor, «tierra trágame»; y otras puedes ver cómo se escandalizan, entonces paso por dos estados, primero soy una niña herida y avergonzada y después me enfado, me enfado muchísimo y maldigo las normas de la «buena educación», ésa que nos atenaza a todos y que sólo representa a unos pocos.

Para los niños las leyes de la propiedad no están claras, un bebé de quince meses ve un plátano y lo quiere, sencillamente, no le importa de qué mochila sale. Si se sienten tiernos, quieren acariciar; si quieren compañía, se sientan junto a otros, esto es así. Pero a medida que van creciendo puedes ver como se modifica lo que puede ser sencillo. En demasiadas ocasiones he escuchado a niños mayores hablar así de mis hijos: «nos persigue, ¿qué quiere? ¡qué niño/a tan raro/a». Demasiado pronto no somos capaces de ver las buenas intenciones de los demás, nos cerramos en nuestro grupúsculo y nos molesta lo desconocido. Crecer, a veces, es una pena.

 

Pintemos con globos de agua

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globos de agua

Días de pueblo, de hogar, de calor, donde el tiempo transcurre dulce y lento, donde las siestas se alargan, la compañía se reparte y te conectas con tus raíces, con tu madre, con tu padre, con tu tierra, con tu acento. El sol es cegador, entornas los ojos, ocres eternamente amarillos y cielos rasos tan celestes de tanto usarlos.

Entre otras muchas ventajas vengo a hablaros de algo tan sencillo como el patio, el espacio cómodo, amplio y seguro que representa el patio. Así que llegué bien aprovisionada de material para hacer aquello que en nuestro espacio urbano nos está negado: ¡íbamos a pintar con globos de agua! Y así lo hicimos.

La idea se la debemos a Garabatos y Dibujos -una fantástica web que nos ayuda a comprender mejor las experiencias plásticas de los niños- en este Post 6 Actividades de dibujo al aire libre que fascinarán a tu hijo encontramos nuestra pequeña aventura pictórica.

Materiales:

  • Papel continuo
  • Témpera líquida
  • Globos de agua
  • Una jeringa y un alfiler

La dificultad radica en llenar los globos con la pintura, quizás funcionaría con un embudo pero desconfío de que ofrezca la presión necesaria para estirar la goma del globo. Nosotros utilizamos una jeringa. Debo añadir que la jeringa que usamos era demasiado pequeña porque el globo ha de llenarse de una vez, ya que cuando abres la boca del globo para añadir un segundo jeringazo la pintura sale propulsada -la cortinilla de la cocina da buena fe-, así, y en vista de que si salpicaba agua no tendríamos inconveniente, llenamos un poquito el globo sólo con agua y después añadíamos la porción de pintura que nos cabía en la jeringa.

explosion

Trabajamos con tres conceptos, reventar por contacto, reventar por pinchazo y rociar la pintura pinchando cerca del nudo.

image

 

La experiencia fue estupenda y de manera sorprendente nos ceñimos a la elaboración de la pintura. Yo ya tenía en mente los revolcones sobre el papel, la impaciencia de la pequeña Maia o cualquier otro escollo rupestre, pero no fue así, los niños se concentraron en los efectos del color y en su manipulación cual científicos entregados.

Altamente recomendable, ¡atreveos!

Nota: La próxima vez buscaremos una jeringa más grande para que la pintura sea más pura y no necesitemos tanta agua.image

La pereza social

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Mediados de Junio y finalizando un importante período, el primer año de colegio de Marco. ¿Se ha adaptado? ¿Nos hemos adaptado? Pues sí y no. Una parte de mí sabe que no terminará de hacerlo, el lunes pasado al entrar en el recinto me lo recordó: «mamá no quiero ir al cole, quiero quedarme en casa». Batacazo. Confieso que volví a casa taciturna y algo abatida. Mi mamá-drama, ésa que no tolera que nada salga mal o simplemente que no sea fantástico, empieza con su parlamento: «no se divierte, ¿es infeliz? ¿nos hemos equivocado? ¿cuál será el problema? ¿y si tal? ¿y si cuál? ¿y si Pascual?»  Un rayo de luz se me cruza y no os voy a mentir, bastantes horas después veo las cosas de otro modo.

Siempre, siempre desde hace ya bastantes meses el balance y las narraciones después de la jornada escolar son positivas, me explica con todo lujo de detalles sus juegos, sus juntas, sus idas y venidas y lo cierto es que se divierte, aprende, se emociona y se asombra a partes iguales. ¿Entonces? Muy sencillo, a mí no siempre me apetece ir al trabajo, me imagino algunas conversaciones y situaciones que se darán allí y los más suave que puedo decir es que me da pereza, una terrible pereza social. Esto es, las  emociones de Marco con respecto al colegio han mutado y madurado, al principio tenía miedo al abandono, miedo a lo desconocido, a que no volviésemos a recogerle y ahora tiene pereza social porque bregar con los deseos de tantos niños, con los de sus maestras y con los suyos propios es complicado, las relaciones sociales satisfactorias son una gran asignatura pendiente para todos, o para muchos. Todo es muy nuevo, ahora entiende conceptos como ser egoísta o generoso, la turnicidad en el juego, hablar y escuchar (eso que tanto nos cuesta), ganar, perder, el halago y la crítica, la capacidad para expresar lo que NO nos gusta o NO queremos sin recurrir a la violencia física o verbal y sin dejarnos someter, las burlas, los celos, las envidias, el chantaje… ¿qué pereza verdad?

De nuevo mi mamá-drama, «¿cómo es posible que ya se den estas circunstancias tan desagradables?» En el momento en el que nos exponemos socialmente  aparecen. Ilustraré algunos ejemplos y les daré la importancia que tienen, toda, porque no por tratarse de niños son cosas irrelevantes, el modo en el que aprendemos a resolver nuestros conflictos marcará nuestro carácter.

-«Mamá a Victoria no le gusta mi torre, dice que es fea» Desde pequeños ya nos gusta molestar o juzgar a otros, no sé si reproduciendo lo que vemos en casa o en otros compañeros. «-¿Y qué has hecho? -He llorado. -He tirado mi torre. -He tirado su torre…» ¿Solución? Os cuento la mía pero no toméis nota soy una madre más. «A Victoria puede no gustarle tu torre, igual que a ti no te gustan los garbanzos y es una comida muy buena, lo importante es que tu torre te guste a ti, además cada día las harás más bonitas porque practicas mucho» ¿Lo entendió? Pues tiene tres años, ni idea. Podemos cambiar torre por dibujo, camiseta, zapatos, escultura, etc.

-Hablar chinchando, eso es la gran adquisición vital: «Yo tengo un dinosaurio en mi camiseta y tú no-o» «Yo he llegado primero y tu no-o» Os podéis imaginar que Marco se enfurece cuando le chinchan, peeeero es algo que se aprende muy rápido, si me chinchas, te chincho. Solución: entiendo que te molesta que te digan eso pero… ¿no es importante ganar? ¿no es importante tener un dinosaurio en la camiseta? ¡Cuéntaselo al capitalismo! pero no, no es importante, igual tu amigo tiene un mal día y te dice eso porque está enfadado, pero no es buena idea, lo importante es divertirse con los amigos.

-«Mamá no quiero jugar al juego de los monstruos porque me da miedo» Pues dile a Alejandro que no te gusta ese juego que podéis jugar a otra cosa.

-«Mamá Alejandro dice que no será mi amigo más porque no juego con él al juego de los monstruos». Solución: juega con otros compañeros, ya se le pasará.

-Entre los niños: -«Dame ese coche» -«No» -«Tonto! Como no me lo des te pego».

-Marco y mamá: -«Dame una fanta» -«No hay fanta eso es para los cumpleaños» -«Tonta! Te voy a pegar»  Solución: Dosis extra de paciencia y «No me gusta que me digas tonta, me pongo triste, entiendo que quieres una fanta pero no puede ser, es mala para los dientes, así no se piden las cosas…»

Todo esto y más nos aporta la socialización entre iguales, ¿hay un momento perfecto para la inmersión? ¿Si esperamos demasiado nuestros niños no tendrán recursos para defender su espacio? Al contrario ¿su integridad estará intacta por tanta seguridad mientras son bebés y después no se vendrán abajo?

No tengo las respuestas, dependerá de cada niño, pero si sé algo seré más empática con él cuando manifieste su pereza con respecto al colegio ¿quién no la tendría? No nos hagamos los inocentes los niños no se pasan cinco horas haciendo dibujos y soñando con duendes, también aprenden otras facetas de la vida no tan agradables pero si cruciales para su crecimiento como personas.

 

De aventuras, colonias y duendes

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Una de las actividades programadas para el curso escolar (1º Infantil) era una aventura campestre, dos días ¡con su noche! en unas cabañas.  A medida que se acercaba la fecha lo decidí, si le pregunto y no le apetece no irá, os podéis imaginar la escena, ¿qué sentido pedagógico tiene que un niño tan pequeño sufra porque echa de menos a sus padres? Lo veía inviable e innecesario así que dejé el agua correr y llegado el momento formulé la pregunta, «¿sabes lo que son unas colonias, quieres ir?» Sí a todo. Resignación por mi parte y máxima colaboración.

Para preparar un evento de este tipo con niños pequeños es necesario trabajar el concepto de tiempo. Para ello se ideó una cuenta atrás, los niños iban tachando y teniendo en cuenta cuántos días faltaban. En nuestro caso, cuando anunciamos planes futuros a Marco él espera que se lleven a cabo en el acto: «-En verano iremos a la playa, -¿hoy es verano?»… Y así todo el tiempo. Este fue nuestro calendario-cuenta atrás:

calendario

 

 

Otro hecho importante era preparar la noche, se distribuyeron los niños en tres dormitorios, eligieron el nombre de cada habitación y se le asignó un símbolo, sol, luna y estrella. También eligieron compañero de camita y se dibujaron a sí mismos durmiendo con su amig@ correspondiente, la famosa «visualización» que se emplea en psicología, anticiparse a lo que sucederá e imaginarlo con placidez tiene un efecto realmente potente. Además en clase había murales-organigrama con cada uno de los dormitorios y sus moradores.

Los niños fueron agentes activos de la preparación de la actividad, ésta es la lista de las cosas necesarias para el equipaje:

la foto 1-6

 

Así llegamos a la noche previa, se podía cortar el entusiasmo, imposible dormir, vueltas y vueltas. Sus palabras exactas fueron «mamá no puedo dormir, estoy emocionado, ¿cuándo es de día? ¿el cole está cerrado todavía? me quiero ir ya». Por la mañana no quería desayunar por miedo a que se hiciera tarde. Y se fue con su papá en busca de aventuras.

Las 30 horas que transcurrieron después fueron efervescentes para mí. Ya sabéis que soy muy sentimental, cada vez que me lo imaginaba montadito en el autobús se me empañaban los ojos de felicidad. A lo largo de ese tiempo recibimos varios e-mail que nos relataban las hazañas campestres de los infantes, al punto, más lágrimas y emoción. Pero la alegría nerviosa se fue tintando de gris como el día,  y al llegar la noche, la hora del cuento se me hizo insoportable, no solo era una cuestión de dudas sobre su estado, es que lo echaba de menos de forma brutal, y me puse a llorar como una niña, no eran lágrimas, eran sollozos con su volumen razonable de decibelios, descargué tensión, conecté con mi zozobra y… y sonó el teléfono.

Era su maestra que llamaba para contarnos cómo iba todo, que estaba contento, colaborador y que no había preguntado por nosotros, ya eran las diez de la noche y se disponían a dormir en breve. Esto vino a demostrarme algo, que la persona encargada del cuidado de los niños tiene desarrollado un talento muy importante, la empatía, y eso me tranquiliza mucho, si supo leer mi necesidad por la impresión que le causé en los prolegómenos, también sabrá leer las necesidades de los niños.

Por fin llegó el viernes y con él Marco cargado de historias. El duende nocturno que buscaron con sus linternas, siguiendo pistas, recorriendo senderos, por fin lo hallaron entre los pinos, con la luna vacilante. Mariquitas naranjas, riachuelos helados, pompas de jabón, su bolsa repleta de piedras y palos, grandes tesoros, cuentos al caer la noche, risas y canciones. En definitiva, estaba feliz, se sentía mayor y valiente.

Esta edad marca el paso entre el niño-bebé y el niño-pequeño, estas experiencias los cargan de orgullo y heroísmo, consiguen sus primeros hitos hacia la independencia. También destaca su tendencia a la fantasía por lo que barnizar la experiencia de duendes y cuento me parece mágico y acertadísimo.

También yo estoy feliz con la experiencia y he aprendido dos cosas, Marco es más capaz y competente de lo que suponía, me maravillo ante su crecimiento y su sabiduría interior, ésa que va desarrollando a cada paso, y bueno, yo soy menos capaz de que él, su ausencia me resulta insoportable, conecté con el hueco que dejaría en mi vida si algo le sucediera y fue un abismo aterrador.

 

Crónica de un asesinato anunciado

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A veces necesitamos a un niño cerca para darnos cuenta del grado de violencia al que estamos sometidos y acostumbrados. Elevamos el tono de voz con falicidad, nuestro repertorio de tacos es florido y el uso del sarcasmo es un habitual, pero cuando un niño anda cerca tomas conciencia de que te puede malinterpretar, la ironía o las bromas sarcásticas están fuera de lugar, demasiado artificio. «¡Qué cabrón, qué bien te lo montas«.

Esta violencia es representativa de nuestro adulto-céntrico mundo pero no es la única. ¿Qué ocurre cuando la propia cultura es violenta? ¿Qué ocurre cuando la religión imperante está representada por una persona crucificada? Esto es, un hombre clavado en una cruz, con clavos si, de hierro, sangrante, torturado, derrotado. Nosotros ya sabemos lo que pasa, hemos decidido que categoría le asignamos, si mito, si símbolo cultural, artístico o de fe. Pero ¿y los niños? ¿cómo le explicamos a un niño curioso y sensible, de tres años, el tinglado que se monta en su ciudad esta semana? «Semana Santa, semana de Pasión».

No es fácil evitar el tema, bares y escaparates están llenos con los pósters que promocionan las cofradías y seamos francos, no anuncian aceite de oliva, muestran imágenes de hombres maltrechos y moribundos y mujeres que lloran amargamente. Quizás para nosotros no signifiquen tanto de pura habitualidad pero repito, para un niño de tres años se abren grutas de imaginación oscuras y terroríficas.

La imagen que ilustra este Post está tomada en la puerta de casa y atrae al niño como a un imán. Cristo es para Marco «Jesús que tiene pupa» y la Virgen es «la mujer que llora». Intentamos dar respuestas sencillas pero sinceras a sus infinitas preguntas pero no queda satisfecho. Recuerda las procesiones del año pasado, las que vimos de lejos porque le aterraba el ruido de los tambores, lo relaciona y todas las noches antes de dormir vuelven las preguntas: «¿los tambores no entrarán en casa? ¿tampoco los escucharemos en el cielo? (imagino que eso es a lo lejos) No quiero que vengan, me da pena, me da pena el Jesús que tiene pupa, ¿le duele? ¿y se va a curar? ¿y quién le ha hecho pupa? ¿y por qué? pero… ¿los tambores no vienen no? ¿tú les pegas a los tambores para que no me hagan daño?»

Y es que si lo pensamos tanta pasión no es apta para cardíacos, ¿qué es la cuaresma, año tras año, sino la crónica de un asesinato? Las manifestaciones culturales del pueblo son lícitas pero invasivas y no somos conscientes del grado de violencia y dolor que muestran. No comprendo como en tantos y tantos colegios de Andalucía se realizan procesiones de infantes, entiendo que los niños son hijos de su cultura pero igual que le pongo a Marco los dibujos de Pepa Pig y no Walking dead, no comparto esta inmersión prematura con determinados aspectos de la vida como es la tortura y el asesinato. Basta de asustar a los niños de ese modo, o lo que es peor, inmunizarlos ya frente a la barbarie. Una cosa es imaginar que el lobo se come a caperucita y otra bien distinta es contemplar el rostro sangrante de una persona que muere mutilada.

Otras culturas antiguas fueron particularmente escabrosas, como los mayas, pero eso no las/nos exime de reflexión y auto-crítica. No reniego de mi lugar en el mundo, la Semana Santa ha alumbrado grandes obras de arte como las pasiones de Bach por citar solo un ejemplo y entiendo que la muerte, la pena y la angustia son circunstancias humanas, pero reniego de la invasión del espacio, invito a la reflexión y califico a mi cultura, o parte de ella, como sanguinaria y extremadamente expansiva, afectada y subrayada.

Aprender a vivir con niños

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Aprender a vivir con niños. Ser para educar. Éste es el último libro de crianza que ha pasado por mis manos. Su autora, Rebeca Wild, no me ha dejado impasible, excava en aquello que nos incomoda, en lo que duele, y libera a los niños de la etiqueta de la inmadurez, de ser aquellos que dificultan las relaciones con nosotros, los adultos.

A través del relato de la fundación del Pesta, escuela activa creada por Rebeca y Mauricio Wild, la autora nos conduce a su universo, microcosmos educativo perlado de utopía. Con sus palabras llenas de verdad y crudeza me he asomado al sendero de consciencia que nuestra sociedad nunca atravesará.

Uno de los aspectos que más ha llamado mi atención es la AUTORIDAD SOTERRADA con la que tratamos a los niños, en el mejor de los casos. Wild propone dejar que el niño encuentre su propia esencia para después florecer en sus capacidades con felicidad, pero en no pocas ocasiones ejercemos nuestra directividad, corrigiendo cada palabra, gesto, dibujo, grafía, comportamiento. Acompañar sin dirigir es una actividad más complicada de lo que a priori podríamos suponer. El texto lleno de ejemplos se nos revela con claridad. Descubrir cómo se vuela un avión se aprende haciéndolo, no mirándolo en la tele, no solo admirando la destreza del adulto que nos demuestra su pericia, no, se aprende haciendo, viviendo, errando, repitiendo, acertando y después volviendo a fallar. Lo que un niño necesita no es un adulto que le muestre lo estúpido que es, que le corrija hasta el contorno de su sombra, y que siente cátedra con sus enormes conocimientos, lo que un niño necesita es verdadero respeto en sus capacidades, en sus motivaciones y en su tempo.

¿Cómo evitar la autoridad unilateral adultocéntrica, la que considera a unos por encima de los otros? Favoreciendo «que los niños pasen la mayor parte posible de su tiempo junto con otros niños, sin que los adultos determinen sus actividades y prevengan o resuelvan sus conflictos». Con ésto se persigue un objetivo, «superar el egocentrismo por medio de interacciones espontáneas con el mundo». Cómo veis las palabras de Wild me conducen a dónde quería, argumentos favorables para la escolarización, claro está, en una escuela activa, que provea de espacios y circunstancias en las que se puedan dar estas condiciones.

Las necesidades auténticas de los niños varían con los años, (en Etapas del desarrollo también de Rebeca Wild) y si, hay una etapa egocéntrica, pero en cualquier caso tienen excusa, es biológico, pero ¿qué ocurre con nosotros? nunca lo superamos, seguimos alimentado nuestro ego y un niño supone una amenaza importante a nuestra endeble personalidad. Usamos nuestro poder con ellos porque estamos inseguros, por la costumbre o porque no conocemos otro camino. Según Wild «al vivir inconscientemente en un nivel de autodefensa nos resulta imposible tener las «antenas puestas» y llegar a una verdadera comprensión sobre las necesidades de los niños» y yo diría que tampoco tenemos las «antenas puestas» en nuestras genuinas necesidades, entrenados durante años en el arte de des-oirnos. La infancia se basa en la directividad continua por parte del adulto, consideramos a los niños inmaduros y con nuestro comportamiento reforzamos una autoestima pobre basada en su incapacidad, así encontramos en el futuro adultos dependientes, egocéntricos, insatisfechos y poco creativos o espontáneos.

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Pero hay una buena noticia, podemos «aprender a vivir con niños», es una gran oportunidad para deshacer los viejos bloqueos que nos acompañan ya que los procesos externos que vivimos con ellos rozan nuestros procesos internos, «pasar tiempo en el ambiente de los niños sin obligación provoca que nos percatemos del estado interno propio y del de los niños», nuestra lógica infalible nos abandona, «cuando retrocede nuestro miedo latente se abre paso la confianza en la vida».

Wild, sin ser taxativa, establece algunas pinceladas en nuestro proceder, nos insta a que respondamos las preguntas de los niños pensativos, tentativamente, como si nos hiciéramos esa pregunta por primera vez, así les ofrecemos la oportunidad de contraponer sus convicciones. También hemos de ofrecer un ambiente enriquecido con estímulos sensoriales que debe garantizar la libertad de movimiento y la atención humana, el niño no ha de estar solo. Subraya, además, el juego libre con objetos concretos como base de la experimentación y del aprendizaje.

Este libro me ha hecho soñar con una escuela nueva, también me ha entristecido, ilusionado, enfadado, en definitiva me ha movido en todo momento. No creo en gurús ni en verdades absolutas pero el pensamiento analítico que rema contra-marea siempre es bienvenido.

Os recomiendo este enlace, contiene videos sobre la escuela activa del Pesta, todo un hallazgo.